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Porcelana de Karlskrona (Suecia)

de 1918 a 1968

La fábrica de porcelana de Karlskrona (Suecia) estuvo en marcha de 1918 a 1968. La Karlskrona Porslinsfabrik fue fundada por el alemán George Rickard Wiili que se trasladó a Suecia en 1912.

Tras trabajar como ingeniero en la fábrica cercana de Lidköping, se trasladó a Karlskrona donde decidió iniciar su propia fábrica. Su idea era importar porcelana de Inglaterra para venderla en Suecia, pero debido a la guerra, la empresa comenzó decorando piezas importadas de Alemania. Un año más tarde, decidiría producir y decorar sus propias piezas.

El primer director artístico fue Edward Hald, quien aportó una visión moderna en los diseños. Otros artistas conocidos como Alf Jarnestad o Erik Skawonius diseñaron algunas de sus piezas. En el año 1959, Estados Unidos otorgó a la fábrica una medalla por el diseño del servicio de café "regina" obra del entonces directos artístico Walther Garstecki. El ritmo llegó a ser de 30.000 piezas al día y se crearon más de 500 modelos diferentes con más de 7.000 decoraciones diferentes.

Fotografía antigua del interior de la fábrica de porcelana de Karlskrona. Fuente: Museo Blekinge

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Diseñador, ingeniero y director de Karlskrona Porslinsfabrik. Fuente: Museo Blekinge

Fotografía antigua del interior de la fábrica de porcelana de Karlskrona. Fuente: Museo Blekinge

Fotografía antigua del interior de la fábrica de porcelana de Karlskrona. Fuente: Museo Blekinge

Diferentes sellos utilizados por la fábrica de porcelana de Karlskrona a lo largo de los años. Fuente: Museo Blekinge

Fotografía antigua del edificio de la fábrica de Karlskrona. Fuente: Museo Blekinge

Fotografía antigua del interior de la fábrica de porcelana de Karlskrona. Fuente: Museo Blekinge

Vajilla antigua de porcelana de Karlskrona, disponible en Villa Las Perelli

Vajilla antigua de porcelana de Karlskrona, disponible en Villa Las Perelli

Thanksgiving

Thanksgiving

Origen y tradición del día de Acción de Gracias

Thanksgiving es una de las celebraciones más importantes del año en Estados Unidos. Un día especial en que familia y amigos se reúnen alrededor de la mesa para celebrar la gratitud. El origen de Thanksgiving se remonta al año 1621, cuando los colonos ingleses y la tribu Wampanoag celebraron un banquete como muestra de agradecimiento por la cosecha del otoño. El primer año en el “Nuevo Mundo” había sido duro y la ayuda de los indígenas fue fundamental, ya que estos les enseñaron técnicas de cultivo y caza. La fiesta duró tres días consecutivos y se celebró en Plymouth (lo que hoy es Massachussets). A partir de entonces, se celebraron fiestas de acción de gracias en las diferentes comunidades a lo largo de los años. En el siglo XIX, durante la Guerra de Secesión, el presidente republicano Abraham Lincoln decidió declarar en 1863 el Día de Acción de Gracias como un festivo nacional, celebrándose a partir de entonces, el último jueves de noviembre. En 1939, como el último jueves de mes era día 30, el presidente Franklin D. Roosevelt quiso adelantar la celebración de Thanksgiving al penúltimo jueves de noviembre con la intención de añadir una semana más de compras navideñas y dar un impulso a la economía. Esto causó un gran revuelo y los ciudadanos protestaron llamándolo "Franksgiving". Sin embargo, este cambio sólo estuvo vigente dos años hasta que en 1941 se aprobó en el congreso la vuelta de la festividad al cuarto jueves de noviembre. El plato tradicional en las comidas de Thanksgiving es el pavo con puré de patatas y salsa de arándanos. Aunque no se ha demostrado a ciencia cierta que en el banquete de 1621 se comiera pavo, se dice que se eligió este alimento por su mayor tamaño frente a las gallinas, los patos y los gansos, ideal para servir en una comida de muchas personas.    Compartimos la belleza de los momentos alrededor de la mesa, la forma de convertir cada comida en un momento especial, el cariño en los pequeños detalles.

El kipferl austríaco, Maria Antonieta y el croissant francés

El kipferl austríaco, Maria Antonieta y el croissant francés

Algunas leyendas sobre su origen

Se dice que el kipferl austríaco podría ser el abuelo del croissant debido a su forma similar de media luna. Un debate defendido por diferentes historias y leyendas que, las creamos o no, aportan un toque curioso y animado a la historia de estos dulces.El supuesto origen del kipferl austríaco se remonta al siglo XVII. Cuentan que el imperio otomano con la intención de invadir Viena comenzó a cavar un pasadizo que le permitiese entrar a la ciudad por debajo de la muralla. Cavaban por las noches mientras los vieneses dormían, sin ser conscientes de que los panaderos, que trabajan de noche, oyeron los ruidos. Estos alertaron a las autoridades evitando la invasión y para celebrarlo crearon el kipferl, un pan cuya forma de media luna imita la luna creciente de la bandera otomana del enemigo.El croissant francés, tan mundialmente conocido, se cree que puede estar inspirado en los kipferl austríacos que Maria Antonieta, archiduquesa austriaca y reina consorte de Louis XVI, hacía llevar a Francia en el siglo XVIII para sus desayunos. El empresario austríaco August Zang, inauguró un siglo más tarde en París Boulangerie Viennoise. Al cabo de muy poco tiempo, gracias a él, se hicieron famosos el kipferl y el pain viennois entre la alta sociedad. Zang en realidad modificó la receta original elaborando una masa mucho más escamosa, y así inició la primera versión de los actuales croissant franceses. Compartimos la curiosidad por conocer el pasado, las costumbres y tradiciones. La manera de profundizar en la historia y descubrir el origen de las cosas.

Las primeras cuberterías de acero inoxidable

Las primeras cuberterías de acero inoxidable

Un material con poco más de 100 años de antigüedad

El origen de las primeras cuberterías de acero inoxidable se remonta a principios del siglo XX. Antes de su invención, los utensilios de mesa solían fabricarse con metales como la plata, el hierro o el acero común, que eran propensos a la corrosión y requerían cuidados especiales para evitar manchas y óxido. Fue en 1913 cuando el metalista británico Harry Brearley consiguió una aleación de cromo con acero al carbono que no perdía el brillo y no se oxidaba, permaneciendo siempre igual. Un siglo antes, ya se hicieron experimentos con diferentes aleaciones, con el objetivo de lograr un material resistente al oxido. La primera marca en comercializar cuberterías de acero inoxidable fue Firth-Vickers, una empresa británica con sede en Sheffield, Inglaterra. De hecho, Brearley trabajaba en una de las filiales de la compañía. Tras su descubrimiento, Firth-Vickers fue pionera en reconocer el potencial del acero inoxidable para la producción de utensilios de cocina y cubertería, debido a su resistencia a la corrosión y bajo mantenimiento. Empezaron a desarrollar y comercializar cubiertos hechos de este material en los años 1910 y 1920 Sheffield continuó consolidándose como un centro de producción de cuberterías de acero inoxidable, exportando piezas a todo el mundo y sentando las bases para su uso extendido en la vida cotidiana.  El acero inoxidable revolucionó la industria de los utensilios de cocina y las cuberterías, ya que ofrecía durabilidad, fácil limpieza y un acabado brillante. Las primeras cuberterías fabricadas con este material aparecieron poco después, ganando popularidad rápidamente por sus propiedades higiénicas y su bajo mantenimiento.  Hasta principios del siglo XX todos los cubiertos de metal se oxidaban. Suponía una tarea muy pesada para las personas que se ocupaban de mantenerlos limpios y brillantes, hasta el punto de advertirlo en el momento de su contratación; llegando a indicar en su carta de presentación "doing no cutlery".   Aunque el acero inoxidable se volvió la opción preferida para el uso diario debido a su durabilidad, bajo mantenimiento y precio accesible, la cubertería de plata y otras aleaciones plateadas continuaron siendo símbolos de lujo, sofisticación y tradición. Las cuberterías de plata, ya sea de plata maciza o de metal plateado, se asocian con eventos formales, celebraciones y ocasiones especiales. Su brillo distintivo, peso y estética elegante han mantenido su popularidad en ambientes de alto nivel, como en hoteles de lujo, restaurantes de alta gama y en colecciones familiares que pasan de generación en generación. Varias marcas continuaron siendo referentes en la producción y comercialización de cuberterías de plata, destacándose por su calidad, historia y prestigio. Actualmente, en Europa, destacan la orfebrería francesa Christofle, fundada en 1830, cuyas cuberterías de plata y plateadas siguen siendo símbolo de sofisticación en mesas de todo el mundo; y Puiforcat, fundada en 1820 por Emile Puiforcat, una casa que es sinónimo de elegancia y excelencia en la orfebrería.

El bollo Suizo

El bollo Suizo

Un dulce madrileño "de toda la vida"

El bollo Suizo es un clásico de la repostería madrileña que data del siglo XIX. A pesar de su nombre, no tiene un origen suizo, sino que es una creación española, concretamente de Madrid. Su denominación se debe a la Confitería Suiza, un establecimiento muy popular en la capital española durante esa época. Inaugurada en 1845, esta confitería estaba situada en el número 6 de la Puerta del Sol se hizo famosa por la elaboración de este bollo. Con el tiempo, el Suizo se convirtió en uno de los productos más populares de las pastelerías madrileñas, llegando a formar parte del desayuno o merienda tradicional de muchas familias.  Detrás de la Confitería Suiza estaba una familia de origen suizo, los Fundérich, que decidieron instalarse en Madrid y abrir su negocio de repostería. El apellido Fundérich ha quedado asociado al prestigio del establecimiento, que no solo ofrecía repostería, sino también chocolates y dulces que traían influencias europeas, algo que en esa época era muy apreciado por la alta sociedad madrileña. La confitería fue un punto de encuentro social importante en Madrid. Durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, era frecuentada por intelectuales, políticos y personas de la alta sociedad que iban allí no solo a disfrutar de sus dulces, sino también a participar en tertulias y conversaciones en un ambiente elegante. En uno de los veladores, junto a las puertas de la repostería, solía sentarse Gustavo Adolfo Bécquer, quien asistió a este café hasta el final de su vida. El legado de la Confitería Suiza perduró durante décadas, y aunque el establecimiento original cerró sus puertas a mediados del siglo XX, dejó una huella indeleble en la tradición repostera madrileña.